Así hablaba Cándido de su Mesón
Cándido López, el genial Mesonero, fue un hombre volcado en su profesión. No solo dedicó toda su vida a la hostelería, sino que colocó a Segovia en el mapa de la gastronomía mundial. También se entregó a sus clientes en cuerpo y alma. Convirtió el tostón en el mejor manjar de su casa, hasta tal punto, que él mismo llegó a reconocer que le debía buena parte de su fama. Era tan feliz hablando de los cochinillos asados, como los clientes degustándolo.
El Mesón era un punto y aparte. Era su restaurante, pero también su casa. El lugar donde recibía a los clientes, les atendía con el mayor de los esmeros, les ofrecía lo mejor que salía de sus hornos y fogones… En el capítulo ‘Confesiones de Cándido’ de su libro ‘La cocina española’, Cándido explicaba cómo era el Mesón y todo lo que significaba para él. “Techos envigados, paredes con pintura murales de los lugares más castizamente segovianos, aperos de labranza, loza segoviana, atuendos esenciales de los castellanos, mesas y asientos de solidez y reciedumbre”, enumera. “Y, cuando llega la hora, el propio Mesonero se pone el traje de viejo castellano, y le acompañan mozas luciendo su vestido de Zamarramala, y mozos de ceñida vestimenta de paños (…). Y, para rematar la función, el tamboril y la dulzaina, que meten en el Mesón todo el paisaje humano y rural de Castilla con sus tocatas” (…).
Pocas cosas han cambiado desde que Cándido dibujara, con todo lujo de detalles, el fresco de su mejor obra. El ambiente creado por Cándido permanece intacto entre las paredes del viejo Mesón, el del Azoguejo que, como él mismo señalaba con frecuencia, es ese “corro maravilloso donde enarca su lomo de piedra el Acueducto”.