Cándido, el hombre del tiempo ilimitado
No siempre podemos tener lo que deseamos. Bien porque el dinero no alcanza, bien porque no se puede comprar. El amor, la salud, la felicidad, los valores… Y el tiempo, un bien preciado que siempre escasea. Por él trabajamos sin descanso, pero hay una extraña paradoja que a veces nos impide disfrutar de él. El tiempo y el paso del tiempo. Nunca sabremos qué se esconde detrás de él ni cuál es su verdadera naturaleza. Pero lo cierto es que se marcha para nunca volver. El tiempo es cruel para quien lo malgasta y generoso con quien lo disfruta.
¿Cuántas veces habremos oído decir a nuestros comensales que el tiempo parece detenido en el Mesón de Cándido? Están en lo cierto, basta contemplar sus paredes y los cuadros que cuelgan de ellas; pinturas, escaleras, chimeneas y todo el mobiliario de los salones. Sí, el tiempo se ha detenido. En cualquier momento podría entrar por la puerta un tratante de ganado o el mismísimo Antonio Machado.
A pesar de sus múltiples compromisos y de las dificultades de dirigir un negocio de estas características, Cándido, el Mesonero, siempre tenía tiempo para todo: recibía al comensal, le escuchaba, era paciente, intuitivo y sabía exactamente lo que cada uno necesitaba. Gracias a su portentosa memoria y su don de gentes, si le tuviéramos delante él mismo haría desfilar a un buen número de personajes: labradores, hombres distinguidos, actores, reyes, princesas, escritores y un largo etcétera difícil de enumerar. Cándido, cuando hablaba, evocaba a todos ellos. Era asombroso escuchar su anecdotario.