Cándido y Miguel de Unamuno
Miguel de Unamuno es uno de los grandes nombres de la Literatura y el pensamiento español. Aunque permaneció vinculado a Salamanca casi toda su vida, dejó su huella marcada en la geografía de Castilla y León. Porque Unamuno no solo fue filósofo, escritor y profesor, sino también un viajero incansable. Hay quien dice que apenas hay intelectuales de su época tan interesados en conocer lugares y plasmar después sus impresiones y vivencias. Él lo hizo, de forma constante, en sus libros y numerosos artículos. Qué lujo que su mirada se detuviera en centenares de escenarios de nuestra tierra. Sin duda, nos emocionan sus evocaciones y de qué modo describen pueblos y ciudades, como la capital de León: “Henchida de recuerdos de nuestra Historia”; o Ávila: “Tan callada, tan silenciosa, tan recogida”.
Unamuno viajó por las nueve provincias de Castilla y León, retratando todo tipo de escenas costumbristas. También incluyó las capitales, con ejemplos como los que antes hemos señalado. Tampoco faltó Segovia. En sus ‘Andanzas y visiones españolas’ (1922) plasmó su admiración por el Acueducto: “Esa obra de romanos que es una de las maravillas monumentales de España (…) Arpa de piedra”. Según el profesor, era fácil que el monumento, al no sentir “sobre su espinazo el riego de las linfas de la sierra, empiece a sentirse inválido y decaiga más deprisa”.
No tuvo que ser difícil para Unamuno describir lo que Acueducto le inspiró en aquel momento. Sin embargo, de todas las veces que visitó nuestra ciudad –en aquellos primeros años del siglo pasado- recordamos su reencuentro con el Mesón del Azoguejo, donde fue recibido por el Mesonero, a quien dedicó las siguientes palabras: “A Cándido egregio, profesional en el arte culinario, que es su amigo Miguel de Unamuno”.