Del modorro a la copa de espumoso
Del modorro a la copa de vino espumoso, mucho ha llovido en el sector del vino. Para quien no conozca el curioso recipiente de barro, esta pequeña jarrita nos ha acompañado siempre en nuestra casa. Se utilizaba, precisamente, para servir el vino al cliente en la mesa. El modorro –con canto, verso y casi poemario propio- se lo regaló un alfarero segoviano al Mesonero. Desde que empezó a utilizarse, nunca el vino supo igual. En poco tiempo se convirtió en un icono y todos los clientes se lo querían llevar de recuerdo. Durante muchos años, el Mesón regaló millones de modorritos a sus clientes. La tosca pieza de barro habrá viajado a centenares de países del mundo.
Con la copa de vino espumoso no sucede lo mismo. No fue un invento segoviano. De hecho, uno de estos cristales, la copa Pompadour, tiene una curiosa historia detrás de ella, pues dicen que se fabricó por encargo de María Antonieta, en el siglo XVIII, y que uno de sus senos sirvió como modelo. Más común es la copa aflautada, alargada y estrecha. Y un tercer modelo es la copa tulipán, que reúne características de las dos anteriores. Curioso, ¿verdad?
Cada vez que alcemos nuestras copas para brindar, recordaremos el curioso destino de estos recipientes: no solo sirven para degustar, sino que también nos permiten observar la fila de burbujas que se desprende, y su tamaño, y reconocer la calidad del perlaje, y contemplar la corona que se forma en la superficie… Las copas y el resto de elementos que adornan nuestra mesa tienen un significado, como el humilde modorrito, que revolucionó la manera de servir y tomar el vino en Segovia.