El día que Cándido ‘se perdió’ en el Amazonas
Quienes tuvieron la suerte de conocer a Cándido, el genial Mesonero, vivieron en primera persona la experiencia de ser recibidos y atendidos por una de las grandes figuras de la hostelería española. Al margen del negocio, Cándido era un hombre familiar, amante las cosas sencillas, que disfrutaba plenamente en su querida ciudad de Segovia. Sin embargo, en muchas ocasiones tuvo que emprender largos viajes, bien para recibir tal o cual distinción, o por puro placer, invitado por amigos o por personalidades de otras latitudes. En la medida de lo posible, Cándido procuraba cumplir todos los compromisos de su apretada agenda.
Uno de sus viajes más largos le llevó al continente americano. Recorrió muchos lugares de Brasil, desde Río de Janeiro a Brasilia, Bahía, las Cataratas de Iguazú, Manaos y la selva amazónica. Acompañado por varios miembros de su familia, entre ellos su mujer Patro, en aquella ocasión conoció lugares fabulosos, pero en su recuerdo quedó para siempre la apasionante visita al territorio selvático, a lo largo del Río Negro, el afluente más caudaloso del Amazonas.
La rocambolesca historia que os vamos a contar sucedió en ese escenario, pues una de las excursiones del Amazonas preveía un viaje en barcazas, adentrándose en el interior de la selva. Sin embargo, en un punto determinado, el grupo debía abandonarlas para emprender una ruta que prometía ser bastante dura, a pesar del buen equipamiento y de la presencia de numerosos guías. Todos, en fila india, cumplieron con el programa previsto y se adentraron en la selva para subir una montaña. La barca les recogería, en otro lugar, pasadas unas horas.
El caso es que, en uno de los descansos de la ruta, alguien de la expedición echó de menos al Mesonero Cándido. ¿Se habría perdido? Miraron por todas partes e incluso los guías hicieron sonar una especie de cornetas con la esperanza de que el desaparecido pudiera escucharlas. Ni rastro del turista. Así que, con la familia consternada y el resto de compañeros sin dar crédito a tan terrible desgracia que parecía haber sucedido, todos emprendieron el camino de regreso, cabizbajos y en silencio. Al llegar, cuál fue su sorpresa al encontrárselo tranquilamente sentado en la barca, fumando en pipa y completamente ajeno a lo que pasaba, recuperándose del cansancio que tenía encima con tanto viaje y ajetreo. Él mismo había decidido no acompañar al grupo, pero se olvidó comunicarlo antes de que todos emprendieran la marcha. ¿Cómo iba a pegarse semejante caminata? Pues claro…