El Mesón de Cándido, a un paso del pulmón verde segoviano
Lo bueno que tienen ciudades como Segovia son sus dimensiones reducidas, la posibilidad de recorrer su perímetro en un día y, su interior, en apenas una mañana. Muchos turistas que recalan en Segovia se quedan solo en los pocos metros de fachada del Mesón de Cándido, aunque lo normal es ir un poco más allá del Azoguejo y perderse más tarde por el casco histórico de la ciudad. Solo unos pocos metros separan el Mesón del Acueducto de algunos ilustres tesoros, como la Catedral, el Alcázar y la Plaza Mayor.
Muchos comensales que nos visitan tienen tiempo para perderse por la ciudad. A veces regresan para cenar y nos relatan lo que han visto durante la jornada. Hoy nos quedamos con aquellos testimonios que nos hablan del ‘otro’ patrimonio de la ciudad, el de naturaleza. Que nadie se asombre: no hay que viajar muy lejos, ni siquiera apearse del coche. Todo está muy cerca y ahí van algunos ejemplos. Hay lugares espectaculares, como el Valle del Clamores, el Romeral de San Marcos, el entorno de la iglesia de la Vera Cruz o todo lo que rodea a la Real Casa de Moneda merecen una visita. La Senda de los Molinos, entre San Lorenzo y San Marcos, y la Alameda de El Parral son extraordinarios rincones para perderse después de comer un buen cochinillo asado en el Mesón de Cándido.
No hay nada mejor para una buena comida que un paseo al aire libre. Y, en el caso de Segovia, no hay que viajar demasiado lejos para encontrarlo. A pocos metros del Mesón de Cándido hay auténticos –y desconocidos- vergeles.
Foto: segoviaunbuenplan.com