La paloma de Rafael Alberti que se posó en el Mesón de Cándido

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La Segovia del poeta Rafael Alberti siempre fue ese “gran diplodocus de piedra que es el acueducto romano, cuyo espinazo posa sobre la ciudad, descendiendo su poderosa cola hasta posarse sobre el campo”. Bella y poética descripción del gaditano que, en ‘La arboleda perdida’ (Segunda Parte. 1987) recuerda no solo aquella época en la que se podía subir al edificio, sino también caminar sobre su cauce, sintiendo “la vibración de todo aquel esqueleto de piedras superpuestas, una de las maravillas –aún intactas- en medio de nuestro desalmado iberismo”; y de qué modo “sonaba en aquella rectilínea cumbre el viento, y nuestros ojos –los de él su mujer, María Teresa- bajaban vertiginosamente hacia las casas de la ciudad, subiéndose al instante hacia los montes de la sierra, aferrándose a ellos para no precipitarse en el vacío”.

 

Rafael Alberti fue uno de los máximos exponentes de la Generación del 27, un importante grupo de artistas españoles entre los que también se encontraba Federico García Lorca, Dámaso Alonso o Gerardo Diego. Todos ellos han pasado a la historia de la Literatura escribiendo sus nombres con letras de oro. Por cierto, hablando de escritura, algunos de ellos fueron ilustres comensales del Mesón de Cándido, como el mencionado Alberti quien, en una de sus visitas –en concreto, la que se produjo el 15 de noviembre de 1983- no dejó los versos de poema alguno, sino el dibujo de una paloma con su firma y la fecha de la visita. ¡Cuántas veces contemplaría ese Acueducto de granito, capaz de inspirar a poetas, pintores y pensadores de todos los tiempos! Seguramente, también lo hizo desde alguno de los ventanales del Mesón de Cándido. A pesar del paso del tiempo, el dibujo de Alberti sigue siendo un auténtico tesoro. Un regalo maravilloso que seguimos contemplando con la misma fascinación del primer día: la que sentimos cuando él mismo nos lo entregó en el Mesón de Cándido.

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