Los versos… y los estómagos llenos
Ya lo decía el Mesonero: esto de versificar, con mejor o peor fortuna, es tentación que invade a muchos mortales, sobre todo cuando terminan de saborear una buena comida. Cándido López se sentía orgulloso de haber recibido en su casa a comensales de todo tipo, desde gentes anónimas a personalidades de la vida pública. Y de haber hecho felices a todos ellos en torno a una mesa llena de buena comida y mejores vinos.
Pero volvamos a los versos, esos que tantos invitados escribieron en los famosos Libros de Oro del Mesón y que, a su vez, tanto divertían al Mesonero cuando los releía una y otra vez. Graciosos, chistosos, irónicos, cariñosos o llenos de agradecimiento, dan cuenta a veces del aprieto del comensal cuando leía la cuenta que había llegado a su mesa. En otros casos, reflejan el alivio de no tener que pagarla por haber sido invitado. Vayamos a algunos ejemplos. La mano de la actriz Blanca de Silos escribió:
“Cuando salgo de comer del mesón del segoviano
tengo que irme sujetando la barriga con la mano”
O este otro que escribía, aunque sin rima:
“Aquesta casa he venido a cenar hoy convidado
Y, la verdad, me he marchado bien comido y bien bebido”
Y, para terminar, un comensal bien satisfecho, por comer y por pagar:
“Aquí no miente ninguno
así que diré sincero
que lo pasé pistonudo
pero me costó dinero”