Segovia… ¡abre la muralla!
En capítulos anteriores de este blog hemos dedicado algún que otro contenido a los orígenes del Mesonero Cándido, desde su nacimiento en Coca, a su llegada a Segovia, o el momento en que decidió dedicarse a la hostelería en la capital. En su libro de Memorias (Plaza & Janés), Cándido López habla muchas veces de sus padres y de cómo tuvieron que ingeniárselas para salir adelante en su éxodo del campo a la ciudad, a principios del siglo XX. Su progenitor había sido zapatero de joven y, después de casarse, probó establecer el negocio en Coca, de donde era su mujer. Como no tuvo mucha suerte, la familia al completo se marchó a la capital. Cuando se establecieron allí, al cabeza de familia no le quedó más remedio que trabajar como consumero después de sacar una plaza convocada por el Ayuntamiento.
Hoy en día resulta difícil entender aquel oficio –ya desaparecido, por cierto- y mucho más habituados como estamos a viajar por un mundo donde apenas hay fronteras. El consumero era una especie de ‘oficial aduanero’ que se encargaba de controlar todas las mercancías que entraban en la ciudad, obligadas siempre a pagar una tasa. El puesto de vigilancia estaba abierto las 24 horas del día y la jornada de trabajo era de 12 horas seguidas. ¡Menudo turno! En Segovia había cuatro fielatos: el del Mercado, el de Cañuelos, el de San Lorenzo y el de San Marcos. La ciudad estaba rodeada, como si fuera un recinto amurallado. ¡Nadie podía escaparse sin pagar!
Foto: Destino Castilla y León