Si vas a Cándido… ¡que no se te ocurra pedir cochinillo!
A la hora de leer esta frase, cualquiera diría que nos hemos vuelto locos, ¿verdad? No decimos ninguna incongruencia, pues pedir cochinillo en el Mesón segoviano tiene sus consecuencias. En primer lugar, porque si entras en el Mesón de Cándido, pides cochinillo y te asomas a los ventanales, difícilmente vas a olvidar la estampa del Acueducto de la Plaza del Azoguejo. Querrás volver. Pero, además, si tienes la suerte –algo que ocurre a menudo- de saludar a la plantilla de veteranos cocineros y camareros de la casa, e incluso a los descendientes del genial Mesonero segoviano, saldrás diciendo: “¡He saludado al hijo y al nieto de Cándido!”… y eso es un lujo. Cierto es que el Mesonero ya no está, pero su rostro de bronce recibe a todos los clientes a la puerta del Mesón, como él mismo hacía a diario con todas las personas que entraban en su casa.
Y otra cosa más que nos lleva al título de este post: es mejor no pedir cochinillo, porque después de degustar el rico tostón asado, vas a soñar con actores de cine, deportistas, dramaturgos, políticos, reyes y presidente de países lejanos… por centenares sus retratos cuelgan de las paredes del Mesón. Todos ellos comieron cochinillo sentados en las mismas sillas y mesas en las que ahora el comensal se encuentra. Así es. Y no, insistimos, aquí es mejor no pedir cochinillo, porque si lo haces te llevarás el susto de tu vida… un susto envuelto en sorpresa cuando se rompa el plato contra el suelo haciéndose añicos. Si a todo esto unimos el sabor del cochinillo, te llevarás contigo una inolvidable experiencia. Y querrás regresar y repetir. Y regresar y repetir.