Una sonrisa, por favor
De entre todos los ingredientes que se cocinan en un restaurante, hay uno que sobresale por encima de los demás. No tiene que ver con ninguna categoría de esas que tan bien definen el modo de hacer o de cocinar… tradicional, casero, de vanguardia o de autor. Tampoco nos referimos a las técnicas modernas, esas tan utilizadas por los profesionales que están detrás de los fogones, o las que se conocen desde siempre. En realidad –y aquí vamos al meollo del asunto- de poco sirven todas estas cosas si en un restaurante falla lo esencial: la atención al comensal. El servicio afable, el buen trato y la cercanía son los pilares sobre los que debe sustentarse un buen negocio de hostelería.
Todo esto lo sabía muy bien Cándido López, y también lo tienen muy presente las generaciones que le han sucedido en el negocio. Desde que entra por la puerta hasta que se le despide, al cliente siempre se le dedica la mejor sonrisa. Ha de ser así. Con todo a punto, sobre él gira la puesta en escena del día: camareros, platos, andas y cochinillos incluidos. Cándido nunca dejó de sonreír a su clientela, a la que consideraba su máxima prioridad. Hasta tal punto se desvivía por verla completamente satisfecha, que incluso llegaba a anticiparse a sus deseos. Ante la duda, sugería. Y siempre acertaba.
El Mesón de Cándido sigue siendo ese lugar de trato cercano y exquisito. Nunca hemos encontrado mejor reflejo de las virtudes que apreciamos que recordando la conducta y el modo de hacer del mismísimo Mesonero, pues a lo largo de muchísimos años él mismo estuvo al frente del negocio. A pesar del paso del tiempo, hay ciertas cosas que nunca pasan de moda. Y porque, como dijo aquel, no hay cosa que embellezca más que una sonrisa sincera. En eso estamos completamente de acuerdo. La ofrecemos, pero también la recibimos por parte de nuestros clientes. Es el mejor premio por nuestro trabajo.