Durante muchos años, Cándido López, el Mesonero, atendió personalmente a todos sus clientes. Dotado de una inteligencia natural, era un extraordinario relaciones públicas y un hombre convencido de la importancia de ofrecer una buena imagen de la gastronomía. Personas de toda condición, príncipes, políticos de todos los colores, intelectuales y personajes de la vida pública han pasado por su casa a lo largo de casi ocho siglos de historia, estampando su firma y sus dedicatorias en el Libro de Oro del Mesón.
El ilustre Mesonero, Cándido, también tenía una memoria prodigiosa, una virtud que ha heredado su hijo Alberto, quien se define como “hijo de Cándido y padre de Cándido”, ya que el nombre del genial Mesonero se reparte en varias generaciones, excepto en su caso. Alberto sigue fiel a las conductas que vio en su padre y, como su progenitor, siempre está al pie del cañón. Es habitual encontrarle en el Mesón ejerciendo de anfitrión, como tantas veces lo hiciera su padre. Con frecuencia se apoya en la puerta, contemplando la Plaza del Azoguejo, una postura que muchos segovianos identifican con el Mesonero. Alberto es divertido, generoso, buen narrador y, con su talante ceremonioso, logra fascinar a los comensales a la hora del rito del corte del cochinillo.
Alberto López también conoce todas las historias del Mesón, por eso no es extraño que muchos comensales salgan por la puerta recordando el puñado de anécdotas que les acaba de relatar, de viva voz, el hijo del célebre Mesonero. Alberto no duda a la hora de obsequiar a sus comensales con el rito del corte del cochinillo. Lo hace sujetando la loza blanca con una mano, como tantas veces se lo vio hacer a su padre y, con la otra, trazando en el aire las líneas de un discurso bien fijado en la memoria, que atrapa desde el primer verso… “Los cochinillos serranos, que en esta tierra se crían, son un sabroso manjar que rellena y atiforra…”. Para terminar así: “Os brindo también con él, a la usanza de Castilla: buen jarro, tosca vajilla, buen yantar y limpio mantel”.