Del guá a la chirumba

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Motivos más que suficientes hay en Segovia para recibir la visita de cualquier turista en época invernal. Una ciudad como la nuestra ofrece propuestas muy variadas durante todo el año, incluso en invierno. Afortunadamente, aquellos largos y duros inviernos segovianos que Cándido López describe con detalle en su libro de Memorias nada tienen que ver con los de hoy. El Mesonero recordaba entonces su niñez, cómo era la escuela y en qué ocupaban los niños su tiempo libre. Cuando salían de la escuela, todos iban a jugar. En invierno, el pasatiempo preferido era la misma nieve y, como no había tráfico rodado, una nevada se juntaba con la siguiente. Y toda Segovia permanecía cubierta por un manto blanco prácticamente todo el invierno.

del gúa a la chirumba

Las casas eran sencillas y el frío apenas se combatía con las chimeneas y los braseros de picón, que se encendían cada mañana. A las puertas de los comercios de la Calle Real y San Francisco, era habitual ver a los mancebos con la primera tarea del día: encender el brasero con la ayuda de un tubo y un abanico de esparto.

Las primaveras eran otra cosa. Los chicos salían al campo para recibirla con alegría y su mayor distracción consistía en coger mariposas, grillos y cangrejos. El aire era puro y limpio. De vuelta a la ciudad, las calles eran el mejor lugar de recreo. No había más peligros que las peleas con los muchachos de los barrios vecinos. “Nuestros juegos eran sencillos y, sobre todo, baratos. Jugábamos al guá, a la chirumba, al rey del monumento…”, recuerda Cándido en su libro. “Las chapas, el tango, perros y liebres, moros y cristianos… Juegos de correr o juegos de esconderse, de demostrar alguna habilidad”. ¡Qué extraño nos resulta comprobar cómo se priorizaban los juegos colectivos por encima de los individuales! Eso sí, y siempre, “con el menor gasto de material”.

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