Aquellas viejas alacenas…
De cómo conservar y guardar los alimentos sabe mucho la cultura rural de nuestra tierra. No quedan tan lejanas las alacenas, que se abrían en un hueco de la pared y completaban su ‘fisonomía’ con repisas, estantes y pequeñas puertecillas. Allí se guardaban los ajuares domésticos, la loza, los enseres y, por supuesto, los alimentos. Despensas, alacenas, fresqueras, hornacinas… términos comunes que no siempre nos remiten a épocas de abundancia, aunque solo el primero de ellos –la despensa- llega hasta nuestros días como sinónimo de ‘lo mejor de cada casa’. Es decir, los productos más representativos de un territorio. Desde el Mesón de Cándido siempre hemos defendido nuestras señas de identidad gastronómicas, con el cochinillo como principal bandera, amén de los judiones de La Granja. Casualmente, fue en nuestra casa –y de la mano del Mesonero- cuando esta legumbre dio el pistoletazo de salida.
Anécdotas aparte, en su origen, los viejos mesones eran una continuación de la cocina familiar, de ahí que en las alacenas del Mesón siempre se encontraban legumbres, conservas, frutas de cada temporada y carnes de caza, no muy lejos de las estanterías donde reposaban nuestros célebres y recordados ‘modorros’, aquellas jarras de barro donde tantas veces se sirvieron vinos de la Ribera, Valtiendas, Toro o Rueda. Los nuevos electrodomésticos, las cámaras y estancias climatizadas han suplantado a las viejas estanterías. Pero basta descorrer el visillo del tiempo para comprobar que, por fortuna, muchos de aquellos alimentos siguen siendo la base de los platos del Mesón del siglo XXI.