Para Cándido de Dalí

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En el Mesón de Cándido hay un dibujo de Salvador Dalí. Lleva dedicatoria: “Para Cándido”. La figura de un Quijote se eleva como un torbellino. A sus pies, un diminuto Sancho aguarda sobre la montura. El dibujo ocupa una página entera del Libro de Oro del Mesón y es uno de los grandes tesoros de nuestra casa. Pero también ha pasado a la historia la fotografía en la que el genio de Figueras se abraza al Mesonero, en un gesto ciertamente exagerado y con un punto histriónico. Ambos están delante del Acueducto, frente al Mesón. Además de esta, otras muchas instantáneas se sucederían en nuestra casa. Salvador Dalí es uno de los grandes nombres propios de la historia del Mesón segoviano.

Dalí y Cándido navegaron por las aguas comunes de la popularidad a lo largo de su vida, salvando todas las distancias. En el caso de Dalí, consiguió el pasaporte de la inmortalidad gracias a su obra y a esa personalidad arrolladora tan criticada y admirada a partes iguales. Dalí era un prestidigitador de la palabra, un hombre exagerado y de una personalidad obsesiva, seguramente sin límites. Pero lo que nadie pone en duda fue su genialidad. Por eso, a veces, la genialidad de algunos hombres nos invita a reflexionar. Los gestos se quedan siempre en la memoria de las gentes, por eso a Cándido le acompañará siempre su pipa, colgada de la comisura de los labios. Tampoco olvidaremos su personalidad, su oronda figura y el plato tomado por su mano derecha y que siempre terminaba en el suelo, hecho añicos.

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