El modorro del Mesón de Cándido, la jarrita de barro que ha dado la vuelta al mundo
Pocos recipientes representan con mejor acierto la esencia de la gastronomía y la cultura tradicional segoviana como el modorro. Puede que alguien no sepa a qué nos referimos, pero inmediatamente saldrá de dudas si decimos que se trata de la vasija de barro cocido, algo panzuda, que antiguamente servía para contener el vino, y que muchas bodegas tradicionales utilizaban para probar el vino que se guardaban en las cubas. El modorro, espléndido exponente de la alfarería tradicional, ha identificado al Mesón de Cándido desde siempre. Es más, ha contribuido a enriquecer su personalidad. Este humilde pedazo de barro modelado por la mano del hombre nos ha acompañado siempre y para nosotros es un orgullo saber que millones de pequeños modorritos están repartidos por el mundo, entregados como obsequio a nuestros comensales.
El primer modorro de Cándido, el genial Mesonero, se lo regaló un amigo alfarero de Segovia: el señor León, de la calle Gascos. “Te voy a regalar un modorro”, le dijo en una ocasión. “¿Y eso qué es?”, preguntó Cándido. “Pues esta jarra”, le contestó. Y tomando la última que acababa de modelar, escribió con un palito: “Si quieres beber buen vino / y engordar como un ceporro / vete en casa de Cándido / a beber en el modorro”. Aquel pequeño recipiente, que entró de puntillas en el negocio, empezó a utilizarse para rellenar las botellas de vino.
Pero para conocer cómo empezó a popularizarse este recipiente en nuestra casa hay que remontarse a principios de la década de los años 30 del siglo pasado. Todo sucedió en el transcurso de una cena del Consejo de Ministros de la República, en 1932. Los invitados fueron los primeros comensales importantes del Mesón y –como tantas veces recordaba Cándido- los precursores de tantos ilustres visitantes que después han pasado por nuestra casa. En plena cena, Rafael Sánchez Guerra, secretario de la Presidencia, se levantó de la mesa y pasó por delante de la cocina. De forma casual observó, gracias a una puerta entreabierta, cómo Cándido rellenaba una botella con la ayuda de un modorro. “No rellene usted la botella, déjeme la jarra”, le pidió. Y con la jarra llena de vino regresó a la mesa para ofrecérsela a los demás. El modorro pasó por todas las manos, se vació varias veces y se rellenó muchas más.
De este modo, el modorro salió de su triste anonimato convirtiéndose en uno de los símbolos del Mesón.