Las lágrimas de Cándido ante los franceses…

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De los viajes de Cándido por el mundo dan buen cuenta, y con bastante detalle, decenas de páginas del libro de Memorias, relatadas en primera persona por el genial Mesonero. Su interlocutor es José Antonio Flórez Valero, como en alguna ocasión hemos mencionado, pero también su nieto Cándido, a quien el Mesonero dedica este libro de reflexiones, historias y pensamientos. Aunque Cándido se debía a su oficio y su negocio, nunca renunció a viajar por el mundo, a veces por descanso y otras muchas –la mayor parte de las ocasiones- porque era solicitada su presencia. México, Brasil, Japón, China, Marruecos y Francia son solo algunos lugares. A cuenta del calor veraniego, recordamos una anécdota acaecida en Lyon, localidad francesa que visitó porque le iba a ser entregado el título de la Escuela de Brillat Savarin. Cándido viajaba acompañado por su amigo David Marco. Lo hacía deslumbrado, no solo por la figura del gastrónomo francés que daba nombre a la institución, sino por la profunda admiración que sentía por la cocina francesa, pues para él era casi como decir que era “la cuna de la cocina del mundo”.

 

Con motivo de la visita y la entrega de la distinción, en el palacio de la Diputación de Lyon organizaron un banquete “pistonudo”. Al empezar la cena se apagaron las luces y los alumnos de hostelería entraron en la sala portando un Acueducto de hielo sobre unas andas. Todo le resultaba familiar: era como si un trocito de su ciudad se hubiera aparecido ante todos los invitados por arte de magia. La escultura estaba iluminada por dentro, gracias a un mecanismo que funcionaba con pilas y que los alumnos llevaban dentro del bolsillo. La cocina francesa -artística, creativa y deslumbrante- hacía honor a su fama con una obra de arte a la altura de su ilustre invitado. La obra despertó la admiración de los comensales, pero también la emoción de Cándido. La estructura estaba diseñada para servir el caviar, pero eso Cándido no lo sabría hasta más tarde. El caso es que el Mesonero estaba lejos de su tierra y aquel Acueducto, gélido como un témpano, templó la emoción del segoviano hasta el punto de hacerle saltar las lágrimas delante de todos los invitados.

 

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